
2020: EL AÑO QUE PARÓ EL MUNDO, EL AÑO DE LAS MASCARILLAS
«Un mar tranquilo nunca hizo un buen marinero» Proverbio inglés
Un año aleccionador.
Un año para adaptarse al futuro y evolucionar.
Un año en el que nos enseñaron cómo lavarnos las manos hasta arrancarnos las uñas.
Un año en el que ampliamos nuestro vocabulario con nuevos términos y los usamos como auténticos expertos (PCR, carga viral, antígenos, inmunidad de rebaño, seroprevalencia).
Un año en el que presenciamos atónitos que las calles y plazas de las grandes ciudades estaban limpias, sin atascos y sin contaminación atmosférica.
Un año en el que nos enteramos de que la distancia de seguridad no era una norma exclusiva de tráfico.
Un año en el que intentamos emular a ese personal trainer de YouTube, que se flexionaba hasta tocarse el ombligo con la nariz, y acabamos con una hernia discal L5, con dolor irradiado hasta las plantas de los pies.
Un año en el que escuchamos sin parar el “Resistiré” en todas sus versiones, desde el pop original, pasando por el instrumental flamenco y el hardcore techno hasta el country rock.
Un año en el que acordamos todos aplaudir a la misma hora desde ventanas y balcones, mientras siempre había alguien que aprovechaba la coyuntura para salir a la calle a pasear saludando con la mano hacia arriba como el que acaba de recibir las dos orejas y el rabo.
Un año en el que supimos diferenciar entre el contacto estrecho, el contacto íntimo y el full contact.
Un año en el que nos informaron sobre la diferencia entre brote, epidemia y pandemia y todavía hay quien no lo tiene claro.
Un año en el que nos saludamos a codazos y puntapiés al estilo brother de Harlem.
Un año en el que nos enfundamos la gorra, el chándal de mercadillo, las gafas de sol y una mascarilla negra y parecía que nos dirigíamos a atracar una charcutería.
Un año en el que descubrimos que la cerveza no sabe igual en nuestras casas que en el garito de Manolo el gordo.
Un año en el que convocamos reuniones telemáticas con cualquier excusa, para hablar durante horas, mientras alguno se creía el corresponsal en Nueva York de algún medio televisivo.
Un año en el que averiguamos que un EPI no solo era el colega de Blas.
Un año en el que organizamos webinars con los temas más variados, pero con el virus pandémico siempre presente para dar más fuste al asunto: “Floración de cactus y Covid”, “Covid y rotondas, esa plaga”, “Efectos de la Covid sobre el calentamiento de la placa base”,…
Un año en el que los perros salieron a pasear, en la confinada primavera, doce veces diarias, como mínimo, en contra de su voluntad canina.
Un año en el que nos indicaron que teníamos que estornudar sobre el interior del codo aunque lleváramos puesto un jersey de cashmere.
Un año en el que nos acostumbramos a guardar colas callejeras de forma ordenada para entrar en una farmacia, un estanco o una ferretería como si lo hubiéramos hecho toda la vida.
Un año en el que hubo días en los que dudábamos si era martes o viernes.
Un año en el que los más mayores alucinaron con eso del WhatsApp y el Skype y aprendieron a usarlos a “nivel experto”.
Un año en el que muchos niños fueron más maduros que algunos adultos.
Un año en el que admiramos a esos tertulianos “politólogos” de radio y televisión porque sabían todo-todo sobre el coronavirus, incluso más que cualquier virólogo galardonado con el Nobel de medicina.
Un año en el que el papel higiénico ocupó el number one en el orden de prioridades de la gente.
Un año en el que nos lanzamos sobre las olas del mar sin acordarnos de que llevábamos puesta la mascarilla.
Un año en el que aprendimos a freír un huevo y a manejar una cosa que se llama horno para hacer pastas chamuscadas.
Un año en el que experimentamos lo que significa vivir en familia 24 horas diarias y anhelábamos volver al trabajo.
Un año en el que la fauna salvaje no humana (jabalíes, pavos reales, cabras, patos silvestres, osos y ciervos) invadió nuestras calles, haciendo caso omiso del #QuédateEnCasa.
Un año en el que cambiamos las estaciones por fases, y los meses por curvas.
Un año en el que a alguno se le pasó por la cabeza innovar con una bebida: calimocho de gel hidroalcohólico.
Un año en el que famosos “visionarios” ha querido imitar a Bill Gates con premoniciones sobre futuras pandemias, más peligrosas y más letales. Bill se ha crecido y también ha lanzado, de nuevo, la suya: «habrá otra pandemia antes de 20 años».
Un año, a partir del cual, dejaremos de mirar extrañados a esos turistas orientales que nos visitan con mascarilla.
Un año que servirá de argumento para muchas películas y obras literarias.
Un año sin Fallas, sin Semana Santa, sin Feria de Abril, sin sanfermines, sin Olimpiadas, sin hogueras de San Juan, sin Halloween, sin villancicos,… pero con Black Friday.
Un año en el que deseábamos fervientemente el descubrimiento de una vacuna contra el virus pero, una vez descubierta, ¡que primero se la inoculen a otros y luego ya veremos!
Un año en el que todo el mundo reconocía al director general de la OMS en imágenes y fotografías, pero si nos hubieran preguntado su nombre...
Un año en el que íbamos al trabajo o a una comida familiar protegidos como si viajáramos a Marte a recoger muestras de algo.
Un año en el que, en pleno confinamiento, Aurelio (89 años, cinco vocales), acudía cada mañana, tarde y noche, todos los días, a un cajero automático que se encontraba a nueve kilómetros de su residencia habitual, con una tarjeta de débito en la mano, caducada en 1997.
Un año en el que Faustina (87 años), la esposa de Aurelio, también se desconfinaba saliendo de casa a diario con la misma bolsa de patatas colgada del brazo (pocas, por el peso), recorría todo el barrio y volvía poco antes de la hora de comer.
Un año de recomendaciones, instrucciones, normas y decretos que cambiaban de un día para otro.
Un año en el que unos, por ociosos, y otros, por responsables, se convirtieron en "comisarios" desde sus casas, haciendo cumplir la regla inexcusable del uso de la mascarilla a cualquier viandante que no la llevara puesta, al grito de "¡eeeeh, la mascarilla!".
Un año en el que, por fin, los que pudieron, lograron el ansiado teletrabajo y acabaron trabajando el doble, mientras el niño o la niña les metían el dedo en la oreja en medio de una teleconferencia, el gato desconectaba el ordenador sentándose sobre el router y la abuela pasaba la aspiradora por debajo de la mesa.
Un año que empezó con “tranquilos, aquí no pasa nada” y finaliza como el Rosario de la Aurora.
Un año en el que los emprendedores por naturaleza y los pequeños empresarios se han adaptado a las adversas circunstancias para mantenerse a flote.
Un año para no perder la esperanza ni el sentido del humor.
Un año para olvidar, un año para aprender.
Y también, un año para recordar a los que se fueron. DEP.