Qué es SOSTENIBILIDAD o desarrollo sostenible. Ideal, tendencia, viabilidad.

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Qué es SOSTENIBILIDAD o desarrollo sostenible
Ideal, tendencia, viabilidad.

 

El auténtico conservacionista es alguien que sabe que el mundo
no es una herencia de sus padres, sino un préstamo de sus hijos.

 J.J. Audubon, naturalista y ornitólogo (1785–1851)

Portal del Emprendedor de Fraternidad-Muprespa
Jesús Pedroso. Marzo 2018

 

Origen del término. Informe Brundtland.  En 1987, la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de la ONU, encabezada por la ex primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland, definió por primera vez el concepto de desarrollo sostenible: «el que asegura las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para enfrentarse a sus propias necesidades». Definición que, como declaración de principios de aparente naturaleza programática, cae en una evidente abstracción, no exenta de ambigüedad, a partir de la cual los ideólogos intentarán establecer los mecanismos necesarios para subsanar, en la medida de lo posible, la crisis ecológica global. Porque el término, que en sí mismo es pura retórica social, surgió en el ámbito de la ecología cuando se concluyó que la relación de la humanidad con su entorno vivía un período crítico. Relación insostenible que amenaza con extinguir fauna, flora y derechos humanos. Así lo recogió el Informe Brundtland, mostrando su preocupación por la explosión demográfica y la cada vez más limitada disponibilidad de recursos para hacer frente a la pobreza.

«A este planeta le quedan dos telediarios», exclamaba resignada hace pocos días una persona en un bar ante unas imágenes catastróficas que en ese momento emitían por  televisión. No mostraba el más mínimo síntoma de temor en su semblante ni en su tono de voz porque, en el fondo, era consciente de que su prosaica expresión era más hiperbólica que real. Aparente despreocupación que afecta a gran parte de la humanidad con la esperanza de que ‘Dios proveerá’. Ya lo afirmó Robert Swan, historiador, explorador y activista británico: «La mayor amenaza para nuestro planeta es la creencia de que otra persona lo salvará». Y si no es así, la resiliencia hará el resto. No obstante, no negaremos que existe cierto desasosiego colectivo, según el momento del día...y de la catástrofe natural que presenciemos por televisión, porque esas desgracias son cosas que le suceden a otros, nunca a nosotros mismos. Hasta que llegan.

La sostenibilidad, por tanto, parece un término surgido de la preocupación social a modo de escudo protector contra las malas prácticas del ser humano sobre su entorno; una inquietud que vivió uno de sus momentos de gloria con el Protocolo de Kioto, firmado en el marco de las Naciones Unidas en diciembre de 1997, para intentar reducir las emisiones de Gases Efecto Invernadero (GEI), entrando en vigor en febrero 2005. Mucha urgencia no habría, teniendo en cuenta que la Cumbre de la Tierra sobre el cambio climático se había celebrado en 1992, en Río de Janeiro. Aunque ya antes, en 1979, en la Conferencia Mundial sobre el Clima, en Ginebra, se hace por primera vez referencia al cambio climático como amenaza real para la supervivencia en la Tierra. Y por retrotraernos un poco más, decir que la primera Cumbre de la Tierra se celebró en Estocolmo en 1972.

Las acciones humanas, responsables. Mientras tanto, no queda más remedio que confiar en revertir o paliar eso de que habla todo el mundo: cambio climático, efecto invernadero, deterioro de la capa de ozono –en franca recesión, afortunadamente-, calentamiento global o la extinción de especies animales y vegetales; todo ello mediante protocolos, cumbres, encuentros, conferencias, acuerdos y compromisos de los representantes de los Estados presentes en esos saraos oficiales. No en vano corresponde a la especie humana, como única responsable de este desaguisado, buscar una solución.

Pero a pesar de tanto esfuerzo conjunto, hace unos meses la Organización Meteorológica Mundial (OMM) alertaba de un nuevo récord de concentración de CO2 en la atmósfera, referido al año 2016. Y se prevé que en 2017 las emisiones de dióxido de carbono hayan aumentado un 2%.  Casi 40 años siendo conscientes del problema y da la sensación de que aún nos hallamos en la línea de salida de una carrera que se antoja dramática.

Eso sí, también llegan noticias esperanzadoras: en el último Foro de Davos (2018) el presidente galo, Emmanuel Macron, ha anunciado que cerrará para el año 2021 todas las plantas de carbón que hay en Francia. Y otros datos que invitan al optimismo: Reino Unido y China redujeron significativamente en 2016 la intensidad del uso de carbono en más de un 7% y un 6%, respectivamente.

La creencia generalizada de que la actividad humana es el origen de todos estos males choca frontalmente con un ejército de escépticos y negacionistas que dudan de sus consecuencias catastróficas para el futuro del planeta, negando incluso la existencia del cambio climático. El mismo presidente ruso, Vladimir Putin, ha sugerido que el calentamiento global es un fenómeno independiente de las acciones humanas, mientras su homólogo norteamericano, Donald Trump, no pierde la oportunidad de bromear sobre el asunto, además de retirar a EEUU del Acuerdo de París contra el cambio climático.

«La próxima vez que hablen con alguien que niegue la existencia del cambio climático, díganle que haga un viaje a Venus. Yo me haré cargo de los gastos», llegó a afirmar irónicamente el físico Stephen Hawking, advirtiendo que en 200 años la Tierra podría convertirse en un planeta inhabitable, similar al infierno de Venus.

Actualmente, lo sostenible -el concepto y la palabra- se ha generalizado hasta tal punto -eso no es malo- que ya se habla de empresas sostenibles, turismo sostenible, ciudades sostenibles, arquitectura sostenible, consumo sostenible, agricultura sostenible, moda sostenible y, sobre todo, son constantes las referencias al desarrollo sostenible, con el objetivo de lograr un equilibrio entre el bienestar de las personas y el respeto al entorno. Un ideal alejado del futuro distópico que se nos presenta a menudo en los medios de comunicación y en el cine.

Garantizar el futuro de la vida en la Tierra se presenta como una empresa ardua si no abandonamos antes ese antropocentrismo radical de creernos el ombligo del mundo, a pesar de las lecciones impartidas por la naturaleza -no me refiero a las catástrofes naturales- mediante la biomímesis, herramienta de gran ayuda para el progreso tecnológico de la humanidad, entre otros avances. Samantha Gross, miembro de la Iniciativa sobre Energía y Clima del centro de investigación Brookings, ha expresado algo que muchos pensamos: «la gente no va a aceptar un cambio radical en sus estándares de vida, pero algunas decisiones que tomamos cada día podrían ser otras más eficientes».

Economía y empresa. El frágil equilibrio del planeta puede venirse abajo si no se encauza debidamente el crecimiento económico. Inquietud que no afecta únicamente al movimiento ecologista, porque el desarrollo sostenible impregna una gran variedad de aspectos de la actividad humana, concretamente en la esfera económica y empresarial.

Ya empiezan a ser habituales las acciones orientadas a lograr empresas sostenibles, por ejemplo:

  • Respecto a sus trabajadores, las empresas ponen en funcionamiento políticas de diversidad para la integración laboral de personas con discapacidad, de conciliación familiar y laboral, prevención de riesgos laborales, promoción de la seguridad, salud y bienestar, planes de formación y otros para la igualdad de género y no discriminación, entre otras actividades.
  • Respecto a los clientes, las empresas se obligan a cumplir con la Ley de Protección de Datos y a mantener unos estándares mínimos de calidad y legalidad de sus bienes y servicios.
  • Respecto a los proveedores, se cuidan de no contratar con aquellos que no respeten los DDHH y el medio ambiente.

La concienciación de empresas y ciudadanos está en marcha. En un estudio realizado conjuntamente en varios países europeos, se ha puesto de relieve que un 74% de los trabajadores de pymes estarían dispuestos a denunciar prácticas ilegales en sus empresas, mientras que un 15% ha presenciado algún tipo de práctica poco ética. Cifras paradigmáticas de la evolución hacia una sociedad más inclusiva, en la que la responsabilidad social corporativa o empresarial jugará -cada vez más- un papel fundamental e ineludible como sello de identidad de todas las unidades de producción.

Recientemente nos sorprendía la noticia de que solo 9 empresas del Ibex 35 se proponen Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030, por ello merecen que las citemos: Banco Santander, BBVA, Caixabank, Ferrovial, Gas Natural, Repsol, Acciona, Indra y Bankia. Aunque prácticamente todas las integrantes de este índice cuentan con políticas de responsabilidad social corporativa. En concreto, Acciona se ha situado entre las 100 compañías más sostenibles del mundo, según el ranking 2018 'Global 100 Most Sustainable Corporations', presentado en el Foro de Davos, por ser una empresa neutra en carbono y porque una parte importante de sus ventas y beneficios está relacionada directamente con las energías renovables. Aquí, los escépticos de lo sostenible y de los galardones festivaleros se encuentran con el campo abonado cuando comprueban que una empresa presuntamente inmersa en varios casos de corrupción es considerada modelo de sostenibilidad.   

También hace unos días, se publicaba que Iberdrola era la única empresa española incluida por el Instituto Ethisphere entre las más éticas del mundo, por quinto año consecutivo, según el ranking 2018 'World’s Most Ethical Companies'.

En 2018 ha entrado en vigor la Directiva europea 2014/95 sobre divulgación de información no financiera, traspuesta en España por el Real Decreto-Ley 18/2017, de información no financiera y diversidad, imponiendo a las grandes empresas la obligación de publicar información acerca de sus políticas y acciones en materia de sostenibilidad, diversidad, igualdad, corrupción y derechos humanos. Como curiosidad, cabe resaltar que no se regula ningún tipo de sanción en caso de incumplimiento de esta norma nacional. Ahora, las cuentas anuales de las empresas, además de los balances de situación y la información sobre pérdidas y ganancias, se acompañan de informes de sostenibilidad.

Debemos tener claro que la sostenibilidad -o desarrollo sostenible- no es un objetivo genérico que afecte únicamente a los sectores primario (agricultura, ganadería, explotación forestal, minería) y secundario (industrial, transformador de la materia prima) de la economía, por ser más invasivos y hostiles con el entorno natural, también tiene cabida en el resto de sectores, los que no son productores o transformadores y que resultan más inocuos, como el sector terciario (comercio, hostelería, turismo, finanzas…) y el cuaternario (investigación, desarrollo, tecnología…), porque el término va ligado, como fin último, al de Responsabilidad Social Empresarial, la filosofía de las buenas prácticas en todos los ámbitos imaginables, no solo en el del medio ambiente, aunque éste sea el que más preocupación genera e interés atrae. En este sentido, España cuenta con un órgano denominado Consejo Estatal de Responsabilidad Social de las Empresas (CERSE), adscrito al Mº Empleo y Seguridad Social, para fomentar iniciativas responsables en las empresas, incluidas las pymes, entre otros objetivos, que puedan constituir un valor añadido para las mismas y contribuyan al desarrollo económico y social.

Objetivos de Desarrollo Sostenible. En la web de Naciones Unidas leemos que «en 2015 la ONU aprobó la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible, una oportunidad para que los países y sus sociedades emprendan un nuevo camino con el que mejorar la vida de todos, sin dejar a nadie atrás. La Agenda cuenta con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que incluyen desde la eliminación de la pobreza hasta el combate al cambio climático, la educación, la igualdad de la mujer, la defensa del medio ambiente o el diseño de nuestras ciudades».

España se encuentra en el 25º puesto mundial en cuanto a los esfuerzos realizados en la consecución de los ODS.

La Ley 2/2011 de economía sostenible, en su art. 2, define este tipo de economía como el «patrón de crecimiento que concilie el desarrollo económico, social y ambiental en una economía productiva y competitiva, que favorezca el empleo de calidad, la igualdad de oportunidades y la cohesión social, y que garantice el respeto ambiental y el uso racional de los recursos naturales, de forma que permita satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades».

No se puede negar el esfuerzo de organismos internacionales y de Estados y Gobiernos, mediante la promulgación de normas orientadas a este ámbito, pero el coste económico de implementar medidas para impulsar la sostenibilidad en las empresas es otra barrera que debemos salvar. ¿Resulta compatible el desarrollo sostenible con el desarrollo económico? Buena pregunta que nos hemos planteado en más de una ocasión, pero aunque la batalla por la sostenibilidad tiene un coste, la pregunta correcta sería: ¿Qué coste tiene la no sostenibilidad? El crecimiento económico sin control, tanto en los países más desarrollados como en los de economía emergente y en los más pobres, nos recuerda al dicho popular "pan para hoy, hambre para mañana", donde el cortoplacismo impone su dictadura y aboca al mundo a un desastre inevitable.

El compromiso institucional resulta evidente, pero lo cierto es que el desarrollo sostenible ve frenadas sus expectativas cuando descubrimos que la brecha económica entre ricos y pobres aumenta a la vez que se implantan políticas de austeridad, como aumenta la pobreza en América Latina, mientras la crisis de los refugiados corre el riesgo de perpetuarse, por no hablar de la corrupción en todos los ámbitos y en casi todos los países, independientemente de su nivel económico, sin olvidarnos del terrorismo en todas sus variantes y de los conflictos bélicos. Esto nos lleva a pensar que si no se combinan adecuadamente los objetivos propuestos con la realidad social, estas políticas pueden quedar en papel mojado y dar la sensación de que se ha empezado a construir la casa por el tejado.

 


¿Resulta compatible el desarrollo sostenible con el desarrollo económico? 
...la pregunta correcta sería: ¿Qué coste tiene la no sostenibilidad?