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Las niñas ya no quieren ser princesas

Fraternidad-Muprespa
Autor
Jesús Pedroso

Desde 2016, cada 11 de febrero se celebra oficialmente una fecha que en este corto espacio de tiempo ha logrado no pasar inadvertida. Es el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, declarado así por la ONU en Resolución aprobada por la Asamblea General el 22 de diciembre de 2015: «Reconociendo que las mujeres y las niñas desempeñan un papel fundamental en las comunidades científica y tecnológica y que su participación debería reforzarse».

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Lo científico, en esta celebración, no se circunscribe únicamente a esas mujeres que trabajan uniformadas con bata blanca en un laboratorio, entre microscopios, probetas y tubos de ensayo, investigando y realizando pruebas con sustancias físicas, químicas o biológicas, con protones, neutrones, moléculas, átomos, nanopartículas y todo tipo de microorganismos. Abarca un sinfín de materias con sus correspondientes ramas, además de la física y la química, como la ingeniería, las matemáticas, las omnipresentes tecnologías… todas las disciplinas STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics).

Este día señala la trascendencia de la igualdad en la educación, con la pretensión de fomentar el acceso de más mujeres a unas especialidades en las que siguen siendo minoritarias. Puede deberse a un rol adoptado desde la infancia, provocando que desechen la opción de decantarse por disciplinas científicas cuando llegan a la universidad. La influencia del entorno y los prejuicios sociales hacen el resto, comprometiendo el destino laboral de jóvenes perfectamente capacitadas intelectualmente para desenvolverse en el campo de la ciencia.

Propugnamos para niñas y jóvenes la adquisición, en esta esfera académica, de conocimientos que conformarán un futuro con mejores expectativas en el mercado de trabajo. Un futuro que ya avistamos en los actuales empleos emergentes y que adivinamos en profesiones que están por llegar. Científicos de datos, programadores de blockchain, expertos en marketing digital, ingenieros biomédicos, nanomédicos, arqueólogos de residuos espaciales y otras ocupaciones que aparecerán a corto plazo, tienen y tendrán una sólida base tecnológica y científica, con el objetivo puesto en la innovación orientada a invertir la tendencia autodestructiva de la especie dominante del planeta, combatir las desigualdades y abordar el reto de un desarrollo sostenible.

La brecha de género en la ciencia existe pero se va reduciendo, como en el ámbito del emprendimiento y en otros muchos

Cada vez que se debate este asunto salen a colación dos datos que reflejan una anomalía que merece ser corregida con apoyo institucional, o en todo caso se producirá de forma natural. Por un lado, en las matriculaciones universitarias el porcentaje de mujeres supera al de los hombres; sin embargo, en las mencionadas disciplinas STEM, las matriculadas apenas suponen la cuarta parte. No solo sucede en España, en Europa las cifras son similares según EUROSTAT, y a nivel mundial se sabe que rondan el 30%, en este caso a través de informes de la UNESCO.

La brecha de género en la ciencia existe pero se va reduciendo, como en el ámbito del emprendimiento y en otros muchos. El porcentaje de matriculadas y egresadas en estudios de esta naturaleza aumenta anualmente, así como el número de investigadoras. Estas diferencias de género ya se resolvieron hace tiempo en sectores como el de la salud, donde se observa una mayoría aplastante de mujeres, tanto en medicina como en veterinaria. Obviamos ofrecer datos mareantes.

No cabe duda de que faltan referentes históricos femeninos que fomenten el interés por estas materias entre las futuras universitarias y profesionales, mientras que en el presente las científicas no reciben tanta atención como sus colegas masculinos, más mediáticos. Cuando pensamos en mujeres destacadas en la historia de la ciencia, el primer nombre que nos viene a la cabeza es el de Marie Curie, casi como paradigma singular. No en vano, fue la primera mujer en lograr un premio Nobel… ¡y fue galardonada con dos! En 1903 se le concedió el de Física, aunque compartido con su marido y con el científico Henri Becquerel. En 1911 recibió en solitario el de Química. Su hija, Irène Joliot-Curie, también obtendría el Nobel de Química en 1935 junto a su marido. Una familia repleta de títulos “nobeliarios”, no nobiliarios.

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Aparte de la científica francesa de origen polaco, somos muchos los que apenas acertamos a citar de memoria una docena de mujeres ilustres en este campo, ya que han sido escasas las referencias a este colectivo en los libros de texto de épocas pasadas. Si nos retrotraemos en el tiempo, llegamos hasta Hipatia de Alejandría (entre los siglos IV y V), matemática y pionera de la ciencia. Muchos siglos después encontramos a la excepcional Ada Lovelace (1815-1852), matemática, considerada como la primera programadora, una visionaria sobre el uso potencial de las máquinas para cálculos matemáticos, afortunadamente más conocida por sus logros que por ser hija del poeta Lord Byron. Ya en el siglo XX, recordemos a Rosalind Franklin (1920-1958), biofísica, cuyos descubrimientos sobre el ADN en su corta vida fueron aprovechados de manera oportunista por tres científicos para conseguir el Nobel de Fisiología y Medicina en 1962. En España no olvidamos a Margarita Salas, fallecida en 2019, prestigiosa bioquímica en el estudio del desarrollo molecular y primera española que ingresó en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

La igualdad en la ciencia será una realidad tarde o temprano. Ya se ha iniciado un camino sin retorno en la dirección correcta.

En 2014 Maryam Mirzakhani fue la primera mujer que ganó la Medalla Fields, “el Nobel de las matemáticas”, una distinción que se entrega cada cuatro años. En 2019 le tocó el turno a Karen Uhlenbeck, que se hizo con el Premio Abel de matemáticas, reconocido galardón anual que entrega el Rey de Noruega.

Recientemente, Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, compartieron el Nobel de Química, y otra mujer, Andrea Ghez, recibió el de Física, todas ellas en 2020.

Se demuestra así que en el presente hay modelos a seguir, para que sean mayoría las niñas -las mujeres del mañana- que anhelen recibir un diploma y una medalla de oro de la Real Academia de las Ciencias de Suecia antes que colocarse una corona.


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